A las 7 de la tarde (2 de 2)
Un día el Clouseau decidió que lo suyo era ver la tele y hablar con el patillas, por lo que tomó la decisión de buscar camarera. Así lo hizo, cartelito en la puerta y al poco tiempo una camarera eficaz, simpática y de cachondez media. Pero aún no le libraba de todas sus tareas así que contrató a una segunda camarera de mayor cachondez que quedaba tras la barra. El hombre, que como digo era un auténtico crack, sabía sacar provecho de las situaciones.
Una noche, cuando estábamos con nuestra cañita de rigor (Mahou), vimos que los dos marineros que ya estaban en la barra antes que nosotros estaban, cómo decirlo, más que contentillos. Eran como el gordo y el flaco: uno delgado con barba y acento vasco y el otro gordo. Por supuesto, el ligoteo con las camareras abundaba. En un arranque borrachero, deciden intercambiarse las camisetas, tarea nada fácil, debido no sólo a la embriaguez sino también a la gran diferencia de volumen corporal. El flaco se pone a hacer el conas, a bailar moviendo los brazos, bajando y subiendo mediante flexión de rodillas, hasta que pasó lo que tenía que pasar: cae de lado contra una silla de nuestro lado. Eso claro, además de herirle una costilla le hirió el amor propio y se levantó insultando a la silla, como si el pobre objeto inanimado tuviese la culpa.
Ahora vienen las jugadas maestras de nuestro querido Clouseau.
Clouseau habla con las camareras a un lado y vemos que aceptan algo que él les propone. Una de ellas, la de mayor cahondez, se va a la calle y vuelve al poco rato con una bolsa. ¿Qué contenía la bolsa? Lo supimos enseguida, pues después de desaparecer por una puerta, vuelve con el contenido puesto: un vestido que muestra mucho más claramente su ya citada cachondez. Nuestra sorpresa va en aumento, sobretodo cuando suben la música, que creo que era una que estaba de moda entonces, concretamente el aserejé, y vemos como ambas camareras se suben a la barra y se ponen a bailar ante la excitación de los marineros, que como nuestra sorpresa y admiración por Clouseau, también iba en aumento. Por supuesto nos quedamos hasta el final del show.
Nos fuimos, dejando a los marineros aún allí, y subimos a Juan Flórez y... ¡oh!, vemos a Clouseau salir del Opencor con una botella de whisky para llevar al bar y acabar de exprimir a los marineros. Si es que... menudo genio.
Me da que supo sacarle todo el jugo a los pobres marineros, su embriagadez, su testosterona y su salidez. Aunque los negocios son los negocios, no lo apruebo, pero me quito el sombrero y te digo: Clouseau, ¡crack!, vuelve, no nos abandones, monta otro bar.
FIN
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